domingo, 4 de mayo de 2014

Así (de bien) se vuela en Primera:


Hay viajes y viajes. Y luego están los viajes en Primera clase o clase Business. Que es como jugar en otra división.

Porque reconozcámoslo, volar a un destino lejano es cojonudo. Pero hacerlo en esos asientos enormes y mullidos que vemos con cochina envidia cuando pasamos de largo hacia nuestro gallinero de Turista… es (o debe ser) la repera.

La última vez que Paco Nadal viajó en esta categoría fue hace unas semanas cuando volvía de Santiago de Chile con LAN,  y se le ocurrió colocar una cámara Go Pro en el respaldo del asiento de delante. Esto fue lo que grabó:


sábado, 3 de mayo de 2014

Ruta de la Seda



Cuando oímos hablar de la Ruta de la Seda, a nuestra mente acuden imágenes de caravanas cargadas de valiosos productos del Lejano Oriente, de viajeros que atravesaban los desiertos y las montañas de Asia Central, y de ciudades pobladas de mezquitas y palacios suntuosos. Samarcanda, Bujara y Jiva forman parte de esa leyenda y también de un viaje por los enclaves míticos de la actual república de Uzbekistán, donde se conserva el legado monumental más importante de Asia Central.

Tashkent, la capital uzbeka, es la puerta de entrada al país. A primera vista llama la atención su ordenado y frío urbanismo soviético, pero un breve paseo descubre testimonios de aquella ruta comercial que ya existía en el siglo II a.C. y que el veneciano Marco Polo describiría, doce siglos después, en su Libro de las Maravillas: la madraza de Barak Khana; el mausoleo de Yunus Khan, fundador de la dinastía mogol de la India, y el complejo religioso de Khazrat-i-imam, que contiene, supuestamente, el Corán más antiguo del mundo. Si además de la monumentalidad se busca también la autenticidad, el ambiente y los olores de lo cotidiano, hay que acercarse al bazar de Chorsu, situado al norte de la ciudad. Bajo su cúpula verde, las mujeres uzbekas vestidas con coloridos trajes tradicionales se abastecen de productos básicos, y también de tejidos de seda producidos en el valle de Fergana, una región que hoy día se reparte entre Uzbekistán, Kirguizistán y Tayikistán, y que se ha convertido en la más fértil y poblada de Asia Central. Aquí llegó la seda procedente de China, y muchos de sus habitantes aún se dedican a la fabricación y exportación de este valioso producto.

Tras el viaje en avión desde la capital y un breve trayecto en autobús, Jiva surge como un bello espejismo en medio del desierto, con sus minaretes y cúpulas en tonos azules y turquesas que refulgen bajo el sol. Situada en el delta del río Amu Daria, la ciudad-oasis fue un lugar de parada obligatoria para las caravanas que se dirigían al mar Caspio. Las murallas redondeadas de barro que la rodean recuerdan la importancia de Jiva como capital de un poderoso kanato en el siglo XVI. Su magnífico acceso es la puerta Ota Darvoza, que fue restaurada en la década de 1970, cuando los habitantes de Jiva se exiliaron extramuros y el tránsito rodado quedó prohibido, dejando la ciudad sin el bullicio de otros lugares. Sus calles están flanqueadas de tiendas que venden todo tipo de recuerdos, desde gorros de piel rusos hasta objetos de cobre repujado, alfombras y piezas de cerámica.

En Jiva uno se siente transportado en el tiempo, paseando entre minaretes de azulejos multicolores, antiguos caravasares donde descansaban las caravanas, madrazas, mausoleos y mezquitas como la de Jumma, del siglo XVII, con sus columnas de madera pintada. El icono principal de Jiva es el minarete de Kalta, que estaba destinado a convertirse en el más alto del mundo cuando empezó a erigirse en el año 1851, pero quedó incompleto en medio de la ciudad vieja como un monumento fallido a la megalomanía de su constructor, el kan Mohamed Ami.

Una de las ciudades más emblemáticas de la Ruta de la Seda es Bujara, separada de Jiva por 450 kilómetros de desierto. Capital de una dinastía de emires persas, Bujara alcanzó una gran importancia entre los siglos IX y X, hasta que en 1220 las hordas mongolas de Gengis Kan la arrasaron. En el siglo XIV, bajo el gobierno del gran caudillo tártaro Tamerlán, se transformó en una etapa crucial en la Ruta de la Seda. Con sus más de 350 mezquitas y 100 madrazas, fue apodada «pilar del islam» y se convirtió en el segundo centro de peregrinación después de La Meca.

De la importancia de Bujara en el pasado quedan vestigios notables en su casco histórico, como el minarete de Kalyan, que con 47 metros de alto está considerado el símbolo de la ciudad. Junto a él se alza una mezquita con capacidad para 10.000 fieles y las madrazas de Ulug Begh y de Abdulaziz-Khan. Si nos perdemos por su dédalo de callejuelas descubriremos numerosos talleres de anticuarios, de tejedores y también de artesanos que, entre otros objetos, elaboran delicadas miniaturas en papel de seda.

Cuando la tarde languidece, en la plaza Lyabi-Hauz, construida en 1620, el lugar en torno al cual orbita la vida de la ciudad, los propietarios de las numerosas chaijanas (casas de té tradicionales) que la rodean sacan al exterior mesas que distribuyen alrededor de un estanque central. En casi todas ellas, el menú consiste en plov, arroz con cordero y verduras estofadas, acompañado de patyr, el tradicional pan uzbeko. Y, por supuesto, el omnipresente té.

Y por fin llegamos a Samarcanda, la mítica ciudad de las caravanas, la orgullosa capital de Tamerlán y una de las ciudades más antiguas del mundo, con 2.700 años de historia. Los 250 kilómetros que separan Bujara de Samarcanda se recorren en cinco horas de autobús, a través de un paisaje que va tornándose cada vez más fértil. A diferencia de Bujara, Samarcanda fue arrasada por el urbanismo soviético, que únicamente dejó en pie algunos monumentos emblemáticos como la plaza del Registán.

Una colosal estatua de Tamerlán nos da la bienvenida a la plaza, donde se alzan tres espléndidas escuelas coránicas con multicolores fachadas y cúpulas de azulejos. En sus patios hoy ya no quedan estudiantes que llenen el silencio con sus oraciones, sino tiendas en las que los artesanos ofrecen atriles de madera y miniaturas. Siguiendo una recta avenida flanqueada de plátanos se llega a la mezquita de Bibi Khanum, proyectada por Tamerlán en honor de su esposa favorita.

La experiencia más emocionante de Samarcanda es, sin duda, visitar la tumba del gran Tamerlán en el mausoleo de Gur-e-emir, coronado por una cúpula azul. A cambio de una propina, el guardián permite acceder a la cripta donde reposan los restos del gran conquistador, cuyo imperio se extendía desde la India hasta el mar Mediterráneo. El corazón de aquellos dominios era Samarcanda, el lugar donde confluían las caravanas procedentes de Oriente y Occidente, la joya de la Ruta de la Seda.

martes, 29 de abril de 2014

Calles del mundo para saltarse el régimen

Puestos callejeros, heladerías y chocolaterías; restaurantes con estrellas, rutas de tapas... El mundo está lleno de tentaciones para mandar la dieta a paseo. Puestos callejeros, heladerías o una ruta de tapeo. De los curries en los mercados de Bangkok a los pintxos de los bares de Vitoria-Gasteiz.Estos son algunos lugares del mundo perfectos para hartarse a calorías y disfrutar de la mejor comida del mundo, incluso en la calle.


1. Street food en Nueva York

En Nueva York todo es a lo grande. Incluida la comida. Dicen que hay más de más de 10.000 restaurantes en la ciudad, más miles tiendas de delicatessen y puestos callejeros en los que se puede encontrar todo tipo de cocina para hacer un viaje gastronómico por el mundo en unas cuantas manzanas. Si nos centramos sólo en Manhattan, encontramos lugares míticos para hartarnos de calorías, como el Doughnut Plant (379, Grand Street) donde venden los mejores donuts de Nueva York; el Eisenbert’s Sandwich Shop (174, Quinta Avenida), perfecto para probar la comida tipo coffee shop más clásica made in New York, como un tuna melt o una matza ball soup; o el Murray’s Bagels (500, Avenue of the Americas) donde hacen los típicos bagels a la antigua, enroscados a mano y dejados para fermentar lentamente; o el Katz’s Delicatensen (205, East Houston Street), el delicatessen más antiguo de Nueva York, cuya especialidad es el (¡impresionante!) Kartz’s Corned Beef. Los amantes de la cocina griega, pueden ir al clásico Tom’s Restaurant (2880, Broadway) que se hizo popular en los noventa porque salía mucho en las series de la época, pero que en realidad lleva más de sesenta años siendo el restaurante preferido de los estudiantes de la Universidad de Columbia. Puestos a ser exóticos, nada más irresistible que Chinatown: restaurantes chinos, vietnamitas, heladerías chinas que hacen sombra a las italianas, mercados con frutas y verduras exóticas, y vendedores callejeros que ofrecen pasteles de nabo por un dólar, té de burbujas o fideos. Las mejores empanadillas chinas las podemos probar en el Joe’s Shangai (9, Pell Street), el típico local para ir con amigos, con bandejas giratorias y precios bajos; o el Nice Green Bo (también New Green Bo) donde la magnífica comida china compensa la decoración. Los vietnamitas también tienen sus espacios, muy baratos y muy sabrosos: Pho Viet Huong (73, Mulberry Street) o Bánh Mì Saigon Bakery, en 198 Grand St. son más que recomendables).
Y de postre, ¿por qué no probar un helado chino en la Original Chinatown Ice Cream Gactory (65, Bayard Street)? Los hay de té verde, de jengibre de lichi, de fruta de la passion…



2. Lyon, el mercado del chef

Dicen que la capital gastronómica de Francia no es París, sino Lyon. Aquí tienen sus feudos particulares los mejores chefs del país (e incluso algunos del mundo) y se pueden probar las deliciosas especialidades lionesas en los bouchons (pequeños bistrós): ambiente a la antigua, manteles de cuadros, ruido de cazuelas, etcétera.
Una plantilla de chefs de primera preside un despampanante desfile de restaurantes de toda índole: cocina francesa, de fusión, rápida e internacional, sin olvidarnos de los mencionados bouchons lioneses. En el centro histórico, en la llamada Presqu’île, encontramos muchos de ellos. Un clásico es el Café des Federations (8 rue Major Martin), con fotos en blanco y negro de Lyon en las paredes y un decorado precioso de bouchonque no ha cambiado nada durante décadas. Las raciones generosas, el servicio cálido, un ambiente jovial y la típica comida de bouchon están aseguradas.
En plan brasserie encontramos el Grand Café des Négociants (2 place Francisque Regaud), con espejos en las paredes y una terraza arbolada, popular desde 1864. En la decimonónica Brasserie Georges sigue dominando el estilo art déco, y por aquí han pasado desde Rodin y Balzac, hasta Hemingway, Julio Verne o la Piaf. 
Antes de marcharse de Lyon hay que pasar obligatoriamente por un mercado, como el famoso Les Halles de Lyon, que se llama Paul Bocuse en honor al chef, cubierto y con más de sesenta puestos en el 102 de Cours Lafayette. Además, hay dos principales mercados de alimentación al aire libre: el de Croix Rousse que abre de martes a domingo por la mañana y el de Presqu’île (quai St-Antoine) en los mismos días y horas, cerca del metro de Bellecour o Cordeliers.

3. Bruselas, tentación de chocolate

Los escaparates de Bruselas tientan al viajero con uno de los mejores chocolates del mundo. ¿Quién se puede resistir a un mostrador lleno de los famosos bombones Godiva o Leonidas o a los que expone Pierre Marcolini como si se tratara de joyas de Tiffany’s? Él es uno de los mejores chocolateros del país, autor de delicatessen como la trufa con champán o el trianon fondant, pero no es el único que nos hará tirar el régimen por la borda en esta ciudad que presume de haber inventado el praliné.


La marca Godiva, de proyección internacional, tiene tiendas en la ciudad que ofrecen tentaciones como las fresas bañadas en chocolate o las trufas, que no son precisamente baratas. Si no nos llega el presupuesto podremos ir también a la chocolatería Elisabeth, en la rue du Beurre, cerca de la Grand Place, donde podremos comprar excelente chocolate artesanal. La ciudad tiene también un museo dedicado al chocolate (9 rue Tête d’Or) que recorre la historia de este producto traído de América por los españoles y que culmina la visita con una degustación de chocolate artesanal elaborado allí mismo.

4. Nueva Orleans, cocina de América

Los franceses dejaron en Nueva Orleans el gusto por la buena cocina. En la ciudad abundan los chefs famosos, los restaurantes gourmets y los cursos de alta cocina, pero también los puestos callejeros donde degustar una buena comida cajún o criolla en la que abundan frijoles rojos con arroz, gumbo, jambalaya, pralinés, beignets, po-boys, lucky-dogs y muffelattas.
En el propio Barrio Francés, el corazón histórico de la ciudad, se encuentran algunos de los mejores restaurantes, como el Bayona, con pescados, carne de ave, caza... todo con aire innovador y bien elaborado. Para probar pescado y marisco fresco, y la cocina cajun clásica, el GW Finss ofrece platos como pargo mulato a la parrilla con leña o sargo chopa cubierto de parmesano y todo acompañado con el puré de vainilla típico y regado con bourbon. Esto es lo que en Nueva Orleans se considera una comida “ligera”.


También criollo, pero más barato está el Coop’s, un local de cocina cajun disfrazado de antro, pero que es de lo mejorcito de la ciudad (se recomienda el jambalaya de conejo y salchicha o el arroz con alubias). Más informal todavía, pero realmente imprescindible, es el Crossant D’Or (617, Ursulines Avenue) una antigua e impecable pastelería donde muchos vecinos empiezan la jornada. Provistos de un periódico, un café y un cruasán es el lugar ideal para ponerse las pilas. 
Abundan las escuelas de cocina, como la New Orleans School of Cooking que es más bien un lugar de demostraciones culinarias, donde los menús cambian a diario, pero que asegura la degustación de creaciones como gumbo, jambalaya y pralinés al final de la clase, al tiempo que se aprende la historia de la ciudad tal como la cuentan sus carismáticos chefs.

5. El mundo resumido en Singapur

Singapur es uno de los centros neurálgicos de la cocina internacional. La obsesión de los singapurenses por todo lo comestible es famosa y todos dicen saber dónde se comen los mejores nasi lemak o murtabak.
En Singapur están representadas cocinas de todo tipo, desde la francesa clásica a la australiana moderna. Sería imperdonable perderse las especialidades chinas, indias, malayas y, sobre todo lo más típico: el peranakan (salsas de estilo malayo con ingredientes chinos). El exigente paladar de los autóctonos ha obligado a subir la calidad en todos los escalafones culinarios, desde los solicitados chefs con estrella Michelín hasta los económicos puestos callejeros donde inolvidables platos cuestan solo 3 dólares de Singapur. 

La comida callejera es una de las bazas fuertes de la gastronomía local: sólo hay que probar el pollo con arroz y el pastel de ostras en el mercado Maxwell Road Hawker Centre, el bee hoon del Chinatown Complex y el murtabak del Tekka Centre
La visita obligada es el Chomp Chomp Food Centre (20 Kensington Park Road). A pesar de su prestigio como (posiblemente) el mejor centro de puestos de comida de Singapur, este espacio vespertino en los Seragoon Gardens tiene un ambiente relajado y cordial, con grupos de jóvenes que beben grandes jarras de jugo de caña de azúcar. También se puede tomar una tierna y jugosa raya a la barbacoa en el Chomp Chomp Hai Wei Yuan Seafood BBQ (puesto 1) donde la habitual salsa de chile dulce se sustituye por la gustosa chinchalok al estilo malasio, hecha con gambas o krill fermentados. Hay que guardar apetito para el delicioso pastel de zanahoria del Carrot Cake Stall (puesto 36) y los fideos hokkien con gambas del Ah Hock Fried Hokkien Noodle (puesto 27). La hora habitual de apertura de los puestos son las 5 de la tarde, hasta medianoche.
El Old Airport Rd Food Centre, en el 51 de Old Airport Road (Metro Mounbatten) es más frecuentado por gente de fuera de la ciudad que el Chomp Chomp, pero la comida no es menos auténtica. Algunos éxitos seguros: los hokkien mee (fideos) fritos del Nam Sing Hokkien Fried Mee (puesto 1-32), la rojak dulce y salada (ensalada de piña, pepino, you tiao, nabo, cacahuetes y salsa rojak casera) del Toa Payoh Rojak (puesto 1-108) y las gachas de boniato hechas al momento del Lau Pa Sat Taiwan Porridge (puesto 1-167).

6. ¡Al rico 'gelato' romano!

Los helados son parte natural –y deliciosa- de la vida de los romanos, y la ciudad está llena de magníficasgelaterie artigianali. Para saber si una heladería es buena o no, la “prueba del algodón” es observar el helado de pistacho: si es de color verde oliva pálido, es bueno; si es verde fosforito, más vale buscar otro local. Cuando hace mucho calor, para refrescarse, los romanos van a tomar grattachecca(granizado con sirope de frutas) a orillas del río; alrededor de los puentes céntricos hay varios puestos.
Entre las mejores gelaterie de la ciudad está San Crispino que muchos dicen que hace los mejores helados del mundo, con delicados sabores, naturales y de temporada. También son más que recomendables los helados históricos de Alberto Pica (Via della Seggiola) que lleva funcionando desde 1960 y que en verano ofrece sabores particularmente originales, con frutos del bosque y pétalos de rosa.

En Vacaciones en Roma vimos a Gregory Peck y Audrey Hepburn tomando helados cremosos en la Gelateria Giolitti que ahí sigue (a Juan Pablo II le encantaba su marron glacé). También caseros y deliciosos son los helados de Old Bridge (Viale dei Bastioni di Michelangelo 5), convenientemente situada cerca del muro del Vaticano. Esta diminuta heladería lleva más de 20 años sirviendo generosas raciones de helado caseros (lo mejor: pedirlos con una cucharada de nata por encima).

7. De pintxos en Vitoria-Gasteiz

Puestos a comer en la calle, probablemente no haya ningún sitio mejor en el mundo que España que ha hecho del tapeo un arte gastronómico. Es complicado escoger una ciudad, una decisión difícil marcada por los afectos personales. ¿Es mejor el tapeo sevillano o el cordobés? ¿Ir de cañas y vinos en la universitaria Granada o en la también universitaria Salamanca? ¿Seguir la senda de los elefantes de la calle del Laurel en Logroño o en el Tubo de Zaragoza? Así que hemos optado por seguir a los expertos, que acaban de nombrar a Vitoria Gasteiz Capital Nacional de la Gastronomía.
Según los entendidos, como en el norte de España, no se come en ningún sitio. Allí están algunos de los mejores cocineros, y los restaurantes con una constelación de estrellas Michelín, pero incluso para los que no tengan mucho dinero, salir a la calle en cualquier ciudad del norte es una maravillosa experiencia gastronómica. Buen ejemplo de ello es Vitoria-Gasteiz, en la que abundan los bares y locales especializados en pintxos y tapas. en la ciudad hay incluso rutas de pintxos “oficiales”, que permite recorrer diversos establecimientos predeterminados para degustar un pintxo y un vino de Rioja Alavesa en cada uno por un precio fijo.
Basta con darnos un paseo por las calles de la almendra central (Correría, Pintorería, Herrería…) para que no podamos ceder a la tentación: El Tulipán de oro, El Tabanco, Erkiaga, Hor Dago!, Jango Taberna, La Malquerida... para terminar comiendo en un restaurante histórico: El Portalón, instalado en una antigua casa de postas del siglo XV, que conserva todo el aspecto y encanto originales.

8. Los mil puestos de Bangkok


La cocina tailandesa ha conquistado las capitales gastronómicas de todo el mundo, pero donde hay que probarla realmente es in situ, en las calles de Bangkok, en sus puestos callejeros. Aquí se pueden degustar todos los sabores del mundo juntos y en una sola comida (picante, salado, dulce, ácido).
La cocina de Bangkok tiene una gran influencia china y abundan las influencias culinarias musulmanas y de diferentes regiones del país, y platos tan típicos de la ciudad como los fideos con albóndigas de pescado o el cangrejo frito con polvo de curry. Existen varios barrios gastronómicos, a elegir según la especialidad que queramos probar. Así por ejemplo, los fideos o el pato ahumado, se pueden probar en las calles de Chinatown, pero la comida más típica tailandesa hay que encontrarla en los mercados, como el Or Tor Kor, que se ha modernizado pero sin perder su espíritu.
Hay calles especialmente recomendables para tener una experiencia gastronómica intensa en Bangkok como Banglamphu, con muchos restaurantes con solera y vendedores ambulantes legendarios que abarrotan las calles de este rincón arbolado de la vieja Bangkok. En el Mercado de Nang Loeng, al este de Banglamphu, podemos probar los dulces típicos y un montón de platos salados exquisitos, como los satay(especie de pincho moruno) y los fideos caseros al huevo de Rung Reuang y los opulentos curries de Ratana.
Pero el reino de la comida callejera en Bangkok es Chinatown. Muchos vendedores abren hasta las tantas, aunque conviene evitar los lunes, día de descanso para casi todos los vendedores de la ciudad. El plato más típico aquí es la sopa de nido de golondrína, pero hay muchos otros platos (bastante difíciles de reconocer) como el hoy tort (una especie de revoltillo de huevos con ostras o mejillones fritos), los fideos fritos con marisco, guindilla y albahaca tailandesa, o los curries chinos. No faltan las marisquerías y los puestos de cerdo a la barbacoa con fideos amarillos. Todo un festín para el que conviene olvidarse de los remilgos. Lo mejor es acudir a locales llenos de gente, pues por algo están así.

lunes, 28 de abril de 2014

Puente de Mayo en Marsella: una idea nueva, bonita y casi barata

Marsella ha sufrido una auténtica metamorfosis en los últimos años. Tanto es así, que quienes la visitaron antes de 2013 se llevarían una grata sorpresa al descubrir que no es el lugar inquietante que conocieron.

Aunque empezó a cambiar con la llegada de la alta velocidad en 2001 –desde Madrid hay tren directo desde diciembre de 2013– y con la celebración del Mundial de Rugby en 2007, fue la Capitalidad Europea de la Cultura -que ostentó el año pasado- la que le dio el impulso definitivo. Una reforma que lleva la firma del arquitecto Norman Foster y del paisajista Michel Desvigne.




LA RENOVACIÓN DEL PUERTO VIEJO

Nuestro recorrido comienza en el Puerto Viejo. Muy alargado y estrecho -forma que lo hacía invisible desde el mar- fue el centro económico de la ciudad hasta el siglo XIX. Los edificios que ahora se ven en su orilla sur eran entonces almacenes de mercancías y las calles por las que ahora circulan coches, pequeños canales interiores por los que se llevaba la carga.

Con los años, el lugar donde desembarcó Edmundo Dantés cambió su actividad comercial por la de recreo y se convirtió en puerto deportivo, uno de los 14 que tiene Marsella. En 2013, además, el muelle de los Belgas se peatonalizó parcialmente -pasó de tener nueve carriles para la circulación a contar con dos para los coches y dos para los autobuses- y se transformó en un gran paseo al servicio de los marselleses, uniendo el corazón histórico de la ciudad con el nuevo puerto comercial.

Aunque su principal actividad ya no es económica, allí encontramos el mercado de pescadores. En él se puede comprar la materia prima para hacer la famosa bullabesa, comida típica que degustamos en el Restaurante Miramar, auténtico especialista en esta sopa. Originalmente era un guiso propio de familias pescadoras que se hacía con el material que descartaban para la venta. Este plato, de fama internacional, debe llevar al menos cuatro de los siguientes pescados: rape, congrio, centollo, escorpina, salmonete rubio, pez de San Pedro, cigala y langosta.

Junto al mercado de pescadores se alza el techo diseñado por Norman Foster. Sus 1.000 metros cuadrados de superficie, ubicados a nueve metros de altura, proporcionan un refugio sombreado durante los meses de verano y una atracción turística durante todo el año. En él se proyectan la luz y los colores del puerto y son muchos los viandantes que se acercan para sacar una foto de su propio reflejo en esta construcción de acero inoxidable.

Desde donde estamos también vemos el comienzo de la gran avenida de Marsella, La Canabière. Considerada una de las más bellas de Europa, según los artistas y escritores que visitaban la ciudad, acoge la Cámara de Comercio, la Oficina de Turismo, numerosos hoteles, tiendas de lujo, teatros, cafés…

En nuestro recorrido por el muelle pasamos por delante del embarcadero del Ferry Boat, uno de los más conocidos de Francia, que une las dos orillas del Puerto Viejo. Además de por haber aparecido en numerosas películas francesas, es famoso por realizar uno de los trayectos más cortos del mundo: 283 metros en tres o cuatro minutos.

Frente al ferry está el Ayuntamiento, de estilo barroco. En la fachada, sobre el balcón de la que actualmente es la oficina del alcalde, se puede ver una imagen de Luis XIV cargada de simbolismo. En 1660, el rey llegó a Marsella con su armada con la intención de controlar una ciudad rebelde. El monarca encargó la construcción del arsenal de Galères y dos fortalezas a la entrada del puerto: el fuerte de San Nicolás, en la orilla sur, y el de San Juan, en la norte. Para que los marselleses sintieran un poco más cerca el poder de Versalles, a 800 kilómetros de distancia, ordenó que sus cañones apuntaran hacia el interior de la urbe. El retrato del rey en la fachada del Ayuntamiento, por encima del lugar que alberga al gobernante de la ciudad, era otro recordatorio.

«LE PANIER», EL BARRIO HISTÓRICO

Dejamos atrás el Puerto Viejo y nos adentramos en «Le Panier», el barrio más antiguo de Marsella. Inicialmente habitado por la burguesía, se transformó a lo largo del siglo XIX en una zona pobre y de mala reputación en la que se asentaron numerosos inmigrantes, principalmente corsos y napolitanos. Sin embargo, en los últimos años ha resurgido, al igual que la ciudad. Sus calles estrechas atesoran encantos, invitan a disfrutar del arte urbano, a sentarse en cada una de las pequeñas plazas que te sorprenden en cada giro, como la Plaza Treize Cantons, en la que se encuentra el famoso «Bar des 13 Coins».

En «Le Panier» está una de las casas más antiguas de Marsella, la Maison Diamantée, que recibe ese nombre porque los elementos decorativos de su la fachada tienen la forma de esa piedra preciosa. Declarada Monumento Histórico en 1925, se salvó de la destrucción de los barrios del Puerto Viejo llevada a cabo por los alemanes en febrero de 1943.

La desaparición de esa zona y los bombardeos de los dos bandos que sufrió la ciudad hicieron necesaria su reconstrucción. Tras la contienda,Fernand Pouillon se encargó de la franja del Puerto Viejo, respetando el estilo original, con ese color un tanto rosáceo que daba la piedra calcárea, mientras que Le Corbusier construyó la Cité Radieuse en el sur.


Adentrándonos en el barrio llegamos a la Grand Rue, donde se encuentra el Hotel Dieu, un lugar emblemático con vistas al Puerto Viejo y un buen ejemplo de la arquitectura del siglo XVIII.

Nuestro recorrido nos lleva después a la Vieille Charité, construida por Pierre Puget en el siglo XVII para acoger a huérfanos y mendigos. El complejo arquitectónico, uno de los monumentos más queridos por los marselleses, está compuesto por cuatro alas de edificios cerrados al exterior pero abiertos a un patio central que cuenta con una capilla de cúpula ovoidal, buen ejemplo del barroco italiano.

En el casco antiguo de Marsella descubrimos otra de sus exquisiteces gastronómicas: las «navettes», un dulce cuya receta sigue siendo un secreto y cuyo origen se desconoce con certeza. Para algunos, con él se recuerda la estatua de una virgen (Nuestra Señora del Fuego Nuevo o la Virgen Protectora de las Gentes del Mar) que llegó a las orillas del Lacydon. Para otros, representa la barca de Isis o la nave que llevó a las Santas Marías (Jacoba, Salomé y Magdalena) desde Palestina hasta la costa de Provenza. Tras degustar las «navettes», visitamos una de las pocas tiendas en las que se puede adquirir otro clásico marsellés: el jabón.


Callejeando en dirección al mar, llegamos a las catedrales Nueva Mayor y Vieja Mayor, ubicadas entre el Puerto Viejo y el comercial. La primera, edificada a finales del siglo XIX en estilo románico-bizantino, es la más grande construida desde la Edad Media y linda con la Vieja Mayor, del siglo V.

En nuestro camino de vuelta hacia el Puerto Viejo nos encontramos con dos edificios impresionantes: la Villa Méditerranée y el Museo de las Civilizaciones de Europa y el Mediterráneo (MUCEM). El MUCEM está unido al fuerte de San Juan por una pasarela tendida sobre el mar que lleva a la terraza del museo. Desde allí recorremos la zona exterior del edifico, descendiendo hasta la entrada, caminando por pasillos de paredes abiertas al exterior, con contrastes de luces y sombras y el mar a nuestros pies.

Aún nos queda más por conocer y, para hacerlo, nos subimos en una barca pesquera tradicional. Nada más salir del Puerto Viejo, presidiendo la margen izquierda, está el Palacio del Pharo, construido como residencia imperial por orden de Napoleón III en el siglo XIX. Actualmente se utiliza como centro de congresos, aunque su jardín está abierto al público.

Un poco más adelante, escondido tras un puente, descubrimos una de las maravillas de la ciudad: el Vallon des Auffes, un puerto pesquero pequeño y encantador en el que está el restaurante L’Épuisette, que cuenta con una estrella Michelín.


Desde allí nos dirigimos al final de nuestro recorrido, al lugar literario que nos dio a conocer Marsella: el castillo de If. Hasta el siglo XVI, la isla de If, perteneciente al archipiélago del Frioul, fue un refugio de pescadores. Cuando Francisco I visitó Marsella en 1516 y comprobó la importancia estratégica de ese enclave para proteger la entrada al puerto ordenó construir en él una fortaleza. A partir de 1580 se convirtió en prisión y entró en la leyenda al acoger, de la mano de Alejandro Dumas, a su inquilino más famoso: Edmundo Dantés, el Conde de Montecristo.

viernes, 25 de abril de 2014

Sexo y espías en la campiña inglesa



El 8 de julio de 1961, John Profumo, el poderoso ministro de Defensa de Reino Unido, fue invitado a la Cliveden House. El hotel, enclavado en un imponente edificio a pocos kilómetros de Londres, era el lugar habitual de reunión para lo más granado de la alta sociedad británica, allá donde política y cultura se daban la mano. Aquella noche, en la piscina, Profumo conoció a una joven aspirante a modelo llamada Christine Keeler y los dos iniciaron un apasionado affaire que transcurriría a lo largo de unos meses en uncottage a orillas del Támesis, a pocos metros de Cliveden. La historia, apasionada como cualquier romance que se precie, acabó como el rosario de la aurora: la prensa destapó el lío (Profumo estaba casado) y para acabar de rematarlo se descubrió que Keeler mantenía relaciones con un oficial ruso, al que el servicio secreto consideraba un espía, y empezaron a lloverle acusaciones de estar socavando la seguridad nacional.


“Obviamente, es una de las grandes atracciones del hotel, muchos visitantes quieren conocer los lugares donde tuvo lugar el romance, y nosotros tratamos de facilitar el acceso a esos lugares. Al final es algo que tiene que ver más con la Historia que con el morbo”, cuenta Sue Williams, la gerente del hotel, que concluye una importante reforma. Cliveden, donde se llega en un trayecto de pocos minutos desde la estación de Taplow (a 30 minutos en tren desde Londres), es ahora patrimonio nacional y el caso Profumoes solo uno más de los motivos que atrae a miles de visitantes hasta sus bosques.


“El cottage de invierno es lo más solicitado, allí hemos tenido a Hugh Jackman, hace pocas semanas. ¿Culpa de Profumo? La verdad es que es una casa muy acogedora y en primavera un lugar precioso”, explica Claire Lesley, la responsable de ventas y marketing del hotel, que nos ofrece un tour por todos los lugares que Keeler y Profumo convirtieron en parte de la leyenda (negra) hace más de medio siglo. La piscina, conservada con mimo, las habitaciones del hotel o el vestíbulo (donde cuelgan algunos dibujos firmados por el mismo Profumo). “El hotel es conocido por sus jardines, por su oferta gastronómica —incorporando ahora al chef Andre Garret— y porque el edificio es uno de los más famosos de Inglaterra. Ahora bien, el hecho de que fue escenario de uno de los romances más sonados de la historia del país es algo que no se puede obviar. Seguramente muchos huéspedes llegan aquí atraídos por ello, pero intentamos que cuando están aquí no sea ese su único foco de atención”, dice Lesley.

Cliveden es uno de los hoteles mejor valorados de Reino Unido, y a su fama contribuye el habitual respeto anglosajón por los elementos históricos: “Cliveden forma parte del National Trust [la fundación que regula el patrimonio histórico en Gran Bretaña] y eso implica que no podemos tocar el edificio original y que cualquier reforma o extensión de los anexos debe ser consultado con un organismo regulador. Esto asegura la integridad del patrimonio, independientemente de quienes sean los dueños”, explica Williams.

Foto

Winston Churchill

La casa Cliveden, como se la conoce, fue construida en 1666 por el segundo duque de Buckingham, y por allí han pasado reyes, presidentes y altos mandatarios de todo el mundo. El hotel ha sido también refugio de celebridades y políticos de alto copete: “George Bernard Shaw o Winston Churchill venían constantemente, escapando del barullo de Londres; Charles Chaplin también fue un huésped habitual de Cliveden, pero, sobre todo, esta fue la casa de Lady Astor [la primera mujer elegida para la Cámara de los Comunes, en 1918] que la convirtió en el centro de la política inglesa durante dos décadas. Gracias a ella, Cliveden se convirtió en lo que es ahora”, reconoce Andrew Stembridge, director del hotel.

John Profumo acabó renunciando en 1963, presionado por sus compañeros de partido, la prensa y la ciudadanía. De nada sirvió que poco después se descubriera que en realidad no hubo ningún tipo de filtración, ni espionaje, ni nada que pudiera perjudicar al aparato militar del país. Durante mucho tiempo, y siguiendo el impacto que provocó el escándalo (que acabó por hacer caer al primer ministro, Harold McMillan), Cliveden vivió una suerte de decadencia que pronto se convirtió en peregrinaje cuando miles de curiosos empezaron a viajar hasta el hotel para estar en el mismo lugar donde había ocurrido todo. El estreno de la obra de Andrew Lloyd Webber sobre el caso Profumo y el 50º aniversario del incidente han apuntalado la fama del hotel, que en 2013 batió todos los récords de ocupación de la historia del establecimiento.

martes, 22 de abril de 2014

Un souvenir escrito a mano

Ocho consejos para escribir un diario de viaje.

Te proponemos que vuelvas de tu próximo viaje con un tesoro de lo más preciado: toda tu experiencia plasmada sobre el papel. Toma nota de nuestros consejos para finalizar con éxito un cuaderno de viaje.



El diario

En primer lugar, es importante que escojas con cuidado el cuaderno o libro en el que vas a escribir tu diario de viaje. Elige un tamaño manejable, que puedas llevar encima para apuntar todo lo que vaya surgiendo. Ya sea de anillas o encuadernado, con pauta o sin ella, debe resultarte cómodo escribir en él, y no solo sentado en una mesa. Para algunas personas, lo más fácil es escribir sobre un cuaderno y, al final del viaje, recoger las mejores páginas mediante unas anillas de encuadernar, eliminando el sobrante. Sea como sea, el formato del cuaderno debe facilitarte la tarea de escribir lo más posible.

Por dónde empezar

¿No sabes cómo darle un buen comienzo a tu relato? Empieza escribiendo antes de partir. Aprovecha para detallar los preparativos, dá información general sobre el lugar al que te diriges... Una opción interesante es escribir sobre tus expectativas o sobre lo que piensas que vas a encontrar en tu destino. Así, una vez terminado el viaje, puedes compararlo con lo que has vivido realmente. También puedes apuntar datos que vayan a resultarte útiles en el destino: así sabrás que los tienes siempre a mano en tu diario.

Al detalle

No te limites a explicar a dónde vas o lo que ves: emplea los cinco sentidos para relatar pequeños detalles. Cuando rememores tu viaje, recordarás dónde estuviste, pero quizá no te acuerdes del olor de las flores de aquel jardín, el sabor de aquella comida exótica o la sonrisa de aquel desconocido. No te olvides de incluirlos en tu relato.

Decóralo

No todo es escribir: aprovecha las páginas de tu diario para añadir billetes de avión, monedas, tickets... todos aquellos pequeños detalles que acumules en tus bolsillos. Para ello, puedes llevar contigo una pequeña barra de pegamento. Si no, reserva el espacio en las páginas para pegarlos en otro momento. Si se te da bien el dibujo, puedes incluir pequeños bocetos o incluso acuarelas de todo aquello que te llame la atención. Añade mapas o postales y escribe sobre ellos, haz 'collages'... todo lo que se te ocurra para dar a tu diario un aspecto atractivo.

Tematiza

No te limites a detallar los hechos en orden cronológico. Puedes escoger una temática que te anime a escribir y que explique de manera original algunos aspectos de tu viaje. Por ejemplo, puedes contar al detalle todas las personas a las que has conocido, los alimentos nuevos que has probado... Hacer listas puede dar un aspecto más dinámico a la narración (por ejemplo, una 'playlist' de las canciones que has escuchado durante el viaje).

¡Escribe!

Intenta ser constante y escribir al menos una vez al día. No es necesario que todo esté perfectamente redactado, es mejor escribir en el momento para que la narración sea más cercana. Detalla todas las vivencias que te parezcan relevantes, aunque no estén bien escritas: ya tendrás tiempo más adelante de poner orden en tus notas.

Deja que otros escriban

¿Viajas con amigos, con tu pareja o con tu familia? Pues deja que ellos aporten a tu diario sus propias vivencias. Resérvales un hueco para que escriban desde su punto de vista el viaje que estáis llevando a cabo. Contar con varias voces lo enriquecerá.

El último capítulo

Finaliza tu diario con un último capítulo a modo de epílogo. Escríbelo una vez hayas vuelto a casa y sumariza en él todo lo que has experimentado. Puedes contar de qué manera te ha cambiado el viaje, cuáles son tus impresiones sobre el país que has visitado... incluso puedes añadir consejos prácticos para futuros lectores, o para tener en cuenta si vuelves a viajar al mismo lugar.

El encanto de Hanoi, en su barrio viejo

Pon dirección al barrio viejo, corazón palpitante de la ciudad, en el cual se concentran la mayoría de los hoteles.
Mercado de Hanoi


Aquí descubrirás Asia tal y como la has soñado a través de los relatos de los escritores viajeros: templos escondidos al final de las callejuelas y majestuosos palacios en ruinas que se cobijan bajo ramos de flores multicolores.

Cuando levantes la mirada verás que las épocas se cruzan y se sobreponen: un edificio colonial con los muros amarillos lindando con una antigua pagoda china medio derruida. Justo enfrente hay un edificio de estilo soviético de los años 60, destinado a alojar la mayor cantidad posible de gente...

La mayoría de las viviendas de Hanoi son, todavía, casas colectivas en las cuales varias familias comparten el patio y la cocina, que está en la planta baja.

No sin mi casco
Hanoi se ha forjado una reputación de capital de la moda. Es cierto que las mujeres hacen gala de una elegancia muy europea: guantes, abrigos entallados, bolsos...

Otra moda heredada por los franceses es el gusto por el sombrero. Cónico, boina o gorro, el accesorio puede ser de cualquier clase. La pasión es tal que se extiende hasta a los cascos de moto, algunos con forma de gorra.

La consecuencia de este gusto por la moda es que en Hanoi hay varios modistas de reputación que elaboran a medida bonitos vestidos de seda, abrigos de invierno... Puedes comprar una de sus creaciones, consultar su catálogo e incluso llegar con la página de una revista o con un boceto, que estarán encantados de realizarlo.

Pero has de tener en cuenta, que la calidad de la seda y del trabajo varían mucho de una tienda a otra, por lo que vale la pena pagar un poco más. Un precio aceptable va de 30 a 40 € por un vestido de seda y 60 € por un traje.